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"A través de la escritura me relaciono con todo." Marcela Ramírez





sábado, 21 de septiembre de 2013

la malparida (fragmento) | silvia robles

Esta es mi historia.
Yo, Silvia Inés Robles, pienso, no sé bien a veces, no siempre, que vengo mal de chiquita. Dicen las malas lenguas que llevo una maldición de mis antepasados, o sea, mi abuela o mi tatarabuela (que era india y fea como la puta madre).
Yo siempre dije, la familia no se elije, viene con el combo, en cambio los amigos, sí y por suerte puedo elegir. Mis amigas son todas las chicas del Suipacha y ahora son chicas y chicos de Oliveros. Hice muchos amigos, pero tengo mis amigas del alma que viven en Buenos Aires y se llaman Azucena (ella se hace llamar Susy) y Mary.
Bueno, para no cansarlos, les cuento que tengo dos hijos: Sabrina y Walter y los amo con todo mi corazón; cuatro nietos, dos nenas y dos varones y viene otro en camino de parte de Sabri (hace poco, nos enteramos que es otra nena).
En este momento, estoy viviendo en Funes, vine hace cinco años (y ya conozco cinco hospitales de acá). Vine a cuidar a papá porque cuando murió mamá, él se casó nuevamente porque se sentía solo. Ahora se separó. Me dijo que fuera a vivir a Rosario. En diciembre se me vencía el contrato en Buenos Aires (porque alquilaba un departamento en Haedo). Entonces, decidí mudarme pero atrás mío vino Sabrina con Camila de seis años. La nena empezó primer grado en Funes y Sabri estaba embarazada de Giuliana. O sea que tengo una nieta rosarina (comegatos jaja).
Bueno, sigamos la historia de chica. A los dos años y medio, estaba sentada en la cama de mamá y me agarró un ataque de epilepsia pero mami no sabía nada, estaba sentada en su cama con un velador en la mano y pensó que me había agarrado corriente. Me lo sacó de la mano pero seguía temblando. Entonces me llevaron al médico y dijeron que era epiléptica.
Cuando tenía tres años, en casa vivían tres tías menores que mi mamá. Mi abuela las dejaba venir de Mar del Plata donde vivían por que mi mamá era la mayor de las hermanas. Un día, mi tía no me dejó abrir una lata de galletitas, me acuerdo patente que estaba sentada arriba de la mesa y mi tía, en una silla. Agarré un cuchillo y se lo quise clavar en la cabeza jaja… y digan que me lo sacó mi papi, si no se lo clavaba. O sea que ya tenía problemas y nadie se dio cuenta.
A los tres años y medio me operaron de la garganta. Me acuerdo patente que me sentaron arriba de una enfermera y que el médico estaba delante de mí. Me hizo abrir la boca y parece que yo no estaba preparada para operarme porque cuando me pusieron el aparato para sacarme las amígdalas, lo vomité todo de arriba abajo, se tuvo que cambiar el médico. Después no recuerdo más nada, parece que me durmieron. Cuando me desperté, me estaban esperando con helado. Fue lo más lindo. Yo soy loca por el helado y mis hijos salieron a mí, les encanta.
Seis veces entré al quirófano. A los trece, me operaron de apéndice. Me acuerdo que antes íbamos al cine los martes, que era para mujeres y fuimos todas mis amigas con mi hermana. Daban una película de Isabel Sarli que era prohibida para menores y no pudimos entrar por culpa de Mary que era flacuchita, las otras éramos más chicas que ella pero parecíamos más grandes. Entonces fuimos a la casa de Susana que tenía una planta de higos. Eran las dos de la tarde y al rayo del sol, me puse a comer higos. Ahí se me inflamó el apéndice, por comer higos calientes. Me acuerdo que le decía a mi mamá que corría y sentía una pelota, “no estaré embarazada?” le decía. Qué iba a estar embarazada! Hasta que a la semana, me subió fiebre y me llevaron al sanatorio evangélico. Ahí me pusieron el termómetro en la cola y me dejaron internada. Me acuerdo que mi mami me dejó sola para ir a buscar el camisón. Pero yo no tenía miedo, eh. Me quedé sola, lloré un poquito y después se me pasó. Lo que me pasó por comer higos calientes. Cuando me abrieron, me sacaron un quiste grande como una naranja. Yo pensé que no iba a poder tener hijos pero el médico me explicó que si me dejaba eso adentro y no me operaba, cuando fuera grande iba a tener barba y bigote, iba a trabajar en el circo, jaja. A los veinticuatro me operaron de hemorroides. Ahí no me pudieron dar la raquídea. Me hicieron poner como un gato enojado y no encontraban la vértebra. Entonces, el médico me mandó a hacer radiografías. El anestesista me dijo que yo había sido s primer fracaso. Al final, me pusieron anestesia local alrededor de la cola, sentí todo. “quédese quieta”, me decía el médico. Por eso es mejor la anestesia general, pero es más peligrosa porque si se pasan, te podés morir. Después quedé embarazada y, a los cuatro meses, perdí el bebé. Pasé otra vez por el quirófano, me hicieron un raspaje en carne viva, no sabés los gritos que pegaba, me acuerdo que con una jarra me echaban merthiolate, cómo ardía!!! Sentía cra cra cra, raspaban con una cucharita. Al tiempo, quedé nuevamente embarazada y lo volví a perder. Era un varón. Me ponían unas agujas grandes en la panza para sacar el líquido amniótico para ver si el feto estaba vivo, pero no, estaba muerto. Lo tuve por parto normal. Me daban quinina; cuatro sellos, uno cada media hora. Cuando tomé el cuarto, lancé una vomitada que llegó hasta la punta de la cama. Cuando salió, le dieron vuelta la cabecita para que yo no lo viera y no me quedaran recuerdos. Tenía rulitos, iba a ser como el padre… A raíz de eso, empezaron las peleas con mi pareja (gracias a Dios nunca me casé). Nos separamos.
Al tiempo, conocí a Miguel en una fiesta, en el bautismo del hijo de una compañera de trabajo que siempre me invitaba (yo trabajaba de cajera en un supermercado grande en San Justo). Enseguida nos juntamos, lo que no me había dicho es que era casado y que vivía con la mujer. Con él tuve a mis hijos, Sabrina y Walter. Hasta que se murió, fui diez años cornuda (la cornuda es la única que se entera jaja) pero viví una vida maravillosa con dos hijos maravillosos.