Absurdo
Soñé que el fuego se helaba
Soñé que la nieve ardía
Y por soñar imposibles
Soñé que tú me querías.
Pompeya, desolado paisaje, retorcidas sierpes que fueron rojas. Ahora convertidas en piedra gris. Ruinas, ruinas de Pompeya. Rescatadas de la furia del Vesuvio. Surgiendo trágicas. Recordando lo que fue antiguo esplendor, lugar de vacaciones de los adinerados de otros tiempos. Albores de la era cristiana.
De pronto una joven muchacha romana de cutis blanco y gracioso peinado recogido con cintas doradas, aparece de la nada. A su paso la lava se va deshaciendo, abriendo. Surge un espeso vapor lleno de burbujas color violeta. La lava se evapora, desaparece en un horizonte de cristales color turquesa. La joven, casi una niña recoge con su graciosa mano los bajos de su túnica.
De una de las maravillosas y elegantes casas de piedra, sostenidas por hermosas columnas ahora totalmente recuperadas, sale un joven hombre que abre sus brazos en cariñoso e inequívoco gesto de bienvenida. Ella corre hacia él, sonriente su joven boca y se mete entre sus brazos.
El sol péndulo que cuelga en un cielo totalmente amarillo, es testigo de los besos y caricias que se prodigan los afortunados personajes.
Ya en la casa de piedra y recostados entre almohadones de espuma, los amantes surgidos del tiempo y olvidados que son sólo eso (tiempo que se fue) funden sus cuerpos en infinitos abrazos.
Afuera el cielo amarillo comienza a hacerse gris y del sol péndulo empiezan a desprenderse ardientes y espesos copos de nieve.
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