Esta es mi historia.
Yo, Silvia Inés Robles, pienso, no sé bien a
veces, no siempre, que vengo mal de chiquita. Dicen las malas lenguas que llevo
una maldición de mis antepasados, o sea, mi abuela o mi tatarabuela (que era
india y fea como la puta madre).
Yo siempre dije, la familia no se elije,
viene con el combo, en cambio los amigos, sí y por suerte puedo elegir. Mis
amigas son todas las chicas del Suipacha y ahora son chicas y chicos de
Oliveros. Hice muchos amigos, pero tengo mis amigas del alma que viven en
Buenos Aires y se llaman Azucena (ella se hace llamar Susy) y Mary.
Bueno, para no cansarlos, les cuento que
tengo dos hijos: Sabrina y Walter y los amo con todo mi corazón; cuatro nietos,
dos nenas y dos varones y viene otro en camino de parte de Sabri (hace poco,
nos enteramos que es otra nena).
En este momento, estoy viviendo en Funes,
vine hace cinco años (y ya conozco cinco hospitales de acá). Vine a cuidar a
papá porque cuando murió mamá, él se casó nuevamente porque se sentía solo.
Ahora se separó. Me dijo que fuera a vivir a Rosario. En diciembre se me vencía
el contrato en Buenos Aires (porque alquilaba un departamento en Haedo).
Entonces, decidí mudarme pero atrás mío vino Sabrina con Camila de seis años.
La nena empezó primer grado en Funes y Sabri estaba embarazada de Giuliana. O
sea que tengo una nieta rosarina (comegatos jaja).
Bueno, sigamos la historia de chica. A los
dos años y medio, estaba sentada en la cama de mamá y me agarró un ataque de
epilepsia pero mami no sabía nada, estaba sentada en su cama con un velador en
la mano y pensó que me había agarrado corriente. Me lo sacó de la mano pero
seguía temblando. Entonces me llevaron al médico y dijeron que era epiléptica.
Cuando tenía tres años, en casa vivían tres
tías menores que mi mamá. Mi abuela las dejaba venir de Mar del Plata donde
vivían por que mi mamá era la mayor de las hermanas. Un día, mi tía no me dejó
abrir una lata de galletitas, me acuerdo patente que estaba sentada arriba de
la mesa y mi tía, en una silla. Agarré un cuchillo y se lo quise clavar en la
cabeza jaja… y digan que me lo sacó mi papi, si no se lo clavaba. O sea que ya
tenía problemas y nadie se dio cuenta.
A los tres años y medio me operaron de la
garganta. Me acuerdo patente que me sentaron arriba de una enfermera y que el
médico estaba delante de mí. Me hizo abrir la boca y parece que yo no estaba
preparada para operarme porque cuando me pusieron el aparato para sacarme las
amígdalas, lo vomité todo de arriba abajo, se tuvo que cambiar el médico.
Después no recuerdo más nada, parece que me durmieron. Cuando me desperté, me
estaban esperando con helado. Fue lo más lindo. Yo soy loca por el helado y mis
hijos salieron a mí, les encanta.
Seis veces entré al quirófano. A los trece,
me operaron de apéndice. Me acuerdo que antes íbamos al cine los martes, que
era para mujeres y fuimos todas mis amigas con mi hermana. Daban una película
de Isabel Sarli que era prohibida para menores y no pudimos entrar por culpa de
Mary que era flacuchita, las otras éramos más chicas que ella pero parecíamos
más grandes. Entonces fuimos a la casa de Susana que tenía una planta de higos.
Eran las dos de la tarde y al rayo del sol, me puse a comer higos. Ahí se me
inflamó el apéndice, por comer higos calientes. Me acuerdo que le decía a mi
mamá que corría y sentía una pelota, “no estaré embarazada?” le decía. Qué iba
a estar embarazada! Hasta que a la semana, me subió fiebre y me llevaron al
sanatorio evangélico. Ahí me pusieron el termómetro en la cola y me dejaron internada.
Me acuerdo que mi mami me dejó sola para ir a buscar el camisón. Pero yo no
tenía miedo, eh. Me quedé sola, lloré un poquito y después se me pasó. Lo que
me pasó por comer higos calientes. Cuando me abrieron, me sacaron un quiste
grande como una naranja. Yo pensé que no iba a poder tener hijos pero el médico
me explicó que si me dejaba eso adentro y no me operaba, cuando fuera grande
iba a tener barba y bigote, iba a trabajar en el circo, jaja. A los
veinticuatro me operaron de hemorroides. Ahí no me pudieron dar la raquídea. Me
hicieron poner como un gato enojado y no encontraban la vértebra. Entonces, el
médico me mandó a hacer radiografías. El anestesista me dijo que yo había sido
s primer fracaso. Al final, me pusieron anestesia local alrededor de la cola,
sentí todo. “quédese quieta”, me decía el médico. Por eso es mejor la anestesia
general, pero es más peligrosa porque si se pasan, te podés morir. Después
quedé embarazada y, a los cuatro meses, perdí el bebé. Pasé otra vez por el
quirófano, me hicieron un raspaje en carne viva, no sabés los gritos que
pegaba, me acuerdo que con una jarra me echaban merthiolate, cómo ardía!!!
Sentía cra cra cra, raspaban con una cucharita. Al tiempo, quedé nuevamente
embarazada y lo volví a perder. Era un varón. Me ponían unas agujas grandes en
la panza para sacar el líquido amniótico para ver si el feto estaba vivo, pero
no, estaba muerto. Lo tuve por parto normal. Me daban quinina; cuatro sellos,
uno cada media hora. Cuando tomé el cuarto, lancé una vomitada que llegó hasta
la punta de la cama. Cuando salió, le dieron vuelta la cabecita para que yo no
lo viera y no me quedaran recuerdos. Tenía rulitos, iba a ser como el padre… A
raíz de eso, empezaron las peleas con mi pareja (gracias a Dios nunca me casé).
Nos separamos.
Al tiempo, conocí a Miguel en una fiesta, en
el bautismo del hijo de una compañera de trabajo que siempre me invitaba (yo
trabajaba de cajera en un supermercado grande en San Justo). Enseguida nos
juntamos, lo que no me había dicho es que era casado y que vivía con la mujer.
Con él tuve a mis hijos, Sabrina y Walter. Hasta que se murió, fui diez años
cornuda (la cornuda es la única que se entera jaja) pero viví una vida
maravillosa con dos hijos maravillosos.
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