No debes viajar con
muñecos. Se ocultan en los rincones más desafortunados de un coche. Vuelan para
golpearte inesperadamente, aparecen debajo del pedal de freno. Con una brusca
maniobra, los niños se estrellan la cabeza tratando de alcanzarlos.
En la escuela de
conducción me dieron un mapa, me aconsejaron prudencia y me hablaron de esta
leyenda urbana. Cuando mi tutor, a mi lado, impartió las primeras órdenes, me
di cuenta: su voz sonaba metálica y parecía fluir desde la ubicuidad, no de su
boca. Tal vez, su diminuto parlante se encontraba en el brazo que agitaba
locamente al dar instrucciones, el derecho, aquel que los paramédicos no
pudieron encontrar. Pero opinen lo que quieran. Continúo pensando hasta el día
de hoy que alguien como yo, sólo por ser distinto, no puede ser la causa de
estos accidentes.
Es tan interesante lo se que cuenta como lo que no se cuenta, lo que nos queda imaginar a los lectores: sugerente e inquietante. (Me queda la imagen de los muñecos volando en un coche, el instructor, su voz, el brazo y ¿el partlantito?). Gracias, Horacio!
ResponderEliminarel texto como territorio de ocupación compartida :)
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