El Tiempo. La pasión. Esa nimiedad del cielo yendo hacia el ocaso.  Personas que le cantan al amor y a la desdicha, pero sin dejar de ser  dichosas por el canto. El tiempo y la poesía. El tiempo en la poesía.  Como construcción de la palabra. Como excusa. Como nuestra sangre en  cinco líneas. Al entrar, todo se paraliza. Un instante que enmaraña los  saludos y los nombres apenas esbozados. Después, empiezan a crearse los  puentes, los ríos a fluir en la palabra, en las manos nerviosas y  pacíficas del verbo y todo es un universo jamás imaginado. Los corazones  se exaltan, se enciende el fuego sagrado de la palabra. Por un momento  somos ángeles. Al minuto, el mármol de las nubes se confunde con las  vetas quejumbrosas de algún verso. Pasa el tiempo y no pasa. El  microcosmos se expande hacia lo etéreo. De pronto, todo ha terminado.  Los miembros del taller de escritura del Área Cultural "Macedonio  Fernández" de la Colonia Psiquiátrica de Oliveros deben emprender el  retorno. Poco a poco, vuelve la realidad inmediata y cotidiana. Atrás  queda otra, subyacente: la de la magia.
© Juan José Mestre
Gracias...! Un abrazo...!
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