GUAU! es un proyecto editorial que funciona a modo de dispositivo de visibilización y circulación de la obra de los autores del Taller de Escritura de NISE, Centro Cultural de la Colonia Psiquiatrica de Oliveros.
GUAU! se constituye en el cruce entre la acción, el proceso, la escritura y la reflexión sobre la práctica.
>coordinador: hernán camoletto I contacto: nisecentrocultural@gmail.com
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"A través de la escritura me relaciono con todo." Marcela Ramírez
Las ovejas, los corderos balaban y saltaban llamando a los ángeles.
El cielo se tornó de color rosado.
Entonces, de la inmensidad de la cúspide amarilla descendieron los coloridos ángeles. Uno dijo llamarse Uriel. Sus alas doradas, el cabello dorado y una luz superlumínica emanaba de su rostro. Emitía música con su arpa.
Al rato, descendió Zadkiel. Su vestidura, un manto violeta, su luz en el pecho era llama…
Destellos coloreados violáceos. Tocaba el clarinete.
Dijo:
― Yo soy la resurrección y la vida… Y el perdón! Y extendía los brazos.
Descendió desde la cúspide amarilla otro ángel. Éste llevaba vestiduras verdes. Tenía un rostro hermoso. Era anciano, de cabellera larguísima.
Dijo:
― Yo soy Rafael.
Y emitía música de guitarra.
Todo era una fiesta.
Con cánticos y una voz delicada descendía por una escalera una niña con su bandera y cantaba.
― ¡Por una escalerita de mi patria subiré! En una nubecita mi bandera pondré… ¡Dios es bueno, Dios es Santo!
La niña cantaba feliz y ascendía…
Los peldaños se dividieron en dos partes. ¿Qué escalera debía elegir?
Subió los peldaños de la derecha y el cielo se tornó en nubes oscuras, relámpagos, lluvia torrencial y la niña tembló por frío. El viento la despeinó y el frío la congeló…
Escarcha, nieve…
Seres extraños la esperaban mientras ascendía. Un aroma inmundo.
― ¡Qué asco!-exclamó.
Una mujer anciana, una bruja daba órdenes a los demás brujos deformes y grotescos y daba latigazos a todos. El fuego que encendió derretía el frío de la pequeña.
Puercos se revolcaban en ese lugar y la pérfida anciana llamó a los hombres:
― Traigan a la niña así comemos.
Y los zombies la buscaron brutalmente.
La niña, asustada, no comprendía.
En ese asqueroso lugar sólo se veía lodo, suciedad, perversión. Sólo se escuchaban los gritos y órdenes de la bruja.
Mientras los deformes zombies se arrastraban hacia ella, la niña cayó de rodillas. Cruzó las pequeñitas manos y en ese momento sonaron las campanitas, las arpas, las guitarras, los címbalos con entereza.
Protegió a la niña una inmensa luz y ella dijo a los zombies y a la bruja:
― En el nombre de la poderosa, rutilante y relampagueante espada azul de San Miguel Arcángel corta corta, libera y asciende! Corta toda situación con encarnados y desencarnados -mientras movía con sus pequeñitas manos la espada, el ángel azul se hizo presente.
Cabellera dorada, manto azul y capa azul. Su espada brillaba destrozando y cortando las cabezas de los perversos y salieron volando de ese lugar.
Volaban hacia arriba llenos de luz. Llegaron junto a la cúspide dorada. La esperaba su familia y se abrazó a su madre, su padre y su hermano…
― Te amamos -le dijeron.
Y los ángeles hicieron sonar hermosa música y bailaban todos de felicidad. Brindaron y cenaron cordero…
Algo lo despertó en la noche. El caminante miró a su alrededor pero nada vio. Esto hizo que perdiera el sueño, quedó pensativo y así repasó los días de marcha en agotador esfuerzo. A veces la marcha sin consuelo dado por el sofocante calor o por las lluvias que de pronto nomás se precipitaban haciendo más difícil la marcha. En total, calculó unos ciento ochenta kilómetros en cuatro días de recorrido. Recordó que en la ruta es difícil comer porque no siempre la gente da. Además, el temor a la inseguridad sorpresiva también lo aquejaba como aqueja a los demás y no había que dudar en el juicio propio y en el de los demás, porque en tiempos difíciles esto degenera en inseguridad interior dada por el miedo. Recordó también el dolor intenso de las piernas y de los pies ampollados generados por la marcha forzada al límite de sus fuerzas; agravado por el pasto del costado de la ruta que estaba cortado a máquina, sí, pero que, desde la superficie del suelo propiamente a la cresta de los pastos había unos dieciocho centímetros. Pero necesitaba avanzar y eso hacía y en ocasiones no aceptaba que lo acercara ningún vehículo; era un modo de evitar sorpresas. Al punto, volvió a la realidad del momento y miró el cielo. Estaba nublado. Amenazaba la lluvia. Soplaba en esos momentos un viento cálido del norte como confirmando la expresión del cielo. La ruta estaba semidesierta y se valió de las luces altas de los autos para ver la hora: era las cuatro de la mañana. Entonces, el caminante decidió buscar un refugio para evitar la lluvia. Debía obrar con prontitud. Echó a caminar a paso rápido. Pasó por el Arroyo del Medio. Así, entró a la provincia de Santa Fe. Como había descansado bastante, tenía fuerzas y buen humor para avanzar hacia su destino: “la gran Rosario”, cincuenta y cinco kilómetros al norte.
Pero de momento su primer objetivo era encontrar el refugio que lo salvara de la lluvia pues era menester mantener la ropa seca y evitar enfriamientos súbitos. Caminó alrededor de cuatro horas. Observó que las nubes ya no mostraban amenaza de lluvia por lo menos inminentemente lo que disipó el apuro por encontrar el refugio propuesto. Entonces hizo otro alto en el camino y durmió otra hora. Luego, se levantó con ánimos de seguir. No tenía alimentos ni agua caliente para hacerse una infusión y tomar eso como desayuno. Además, si quería comer tendría que entrar a un pueblo y pedir allí lo necesario. Claro que eso era posible si él lo deseaba. Pero su intención de llegar a destino era lo primordial y urgente. A medida que avanzaba, ya en pleno día, el viento norte se fue haciendo más caliente y le pareció que su velocidad aumentaba lo cual hacía más difícil la marcha, siempre forzada y al límite de sus fuerzas y, como era normal, comenzaba a ser más dolorosa, todo esto agravado por el calor sofocante.
Siendo las diez, aproximadamente, tal era su situación interior que comenzó a pensar qué convenía más, si seguir caminando con el calor sin tregua que soportar o entrar al pueblo más cercano en procura de alimentos. La elección recayó en lo segundo.
Cuando llegó a la calle o rutita que conducía al pueblo (un kilómetro aproximadamente), se desvió de la ruta y avanzó hacia el pueblo. Atrás quedaba el apuro por llegar a destino. La decisión del caminante fue correcta pero él lo sentía un poco. Cuando había llegado a la cuarta parte de la rutita, paró un auto que se ofreció a llevarlo al pueblo. El caminante aceptó. Estaban cerca. El conductor sólo llegó a preguntar si tenía parientes en el pueblo; el caminante dijo “No, no tengo parientes allí”. Sólo iba en procura de alimentos para desayunar. El hombre le dijo, entonces, que era un caminante. “Exacto”, respondió el muchacho y llegaron al pueblo.
El automovilista, antes de que bajara, le alcanzó cinco pesos (era mucha plata entonces) y agregó: “por si no tenés éxito”, dijo; el caminante agarró el dinero y balbució un “muchas gracias” y se despidieron pero de apuro nomás. El chofer retomó el diálogo y dijo: “si el trámite en el pueblo es rápido, lo puedo alcanzar a la ruta, el mío me llevará cuarenta y cinco minutos, una hora a lo sumo”. El muchacho respondió: “Alcánceme a la ruta y se lo agradeceré”. Y así acordaron.
El caminante comenzó a pedir y pensó: “si es éxito, me ahorraré el dinero que me dio el hombre.” En las primeras casas no le dieron ni un pedazo de pan pero el éxito no se hizo esperar. Una señora le dijo que le daría y le preguntó si se conformaba con fiambre o, si no, tendría que esperar que hiciera el almuerzo. El caminante respondió que se conformaba con el fiambre. La mujer, entonces, le dio un poco de queso, un salamín y pan. El muchacho agradeció tímidamente y se despidió. Se fue, pues, entonces a la rutita. Eran las 10:45 y decidió esperar el auto mientras meditaba la suerte que en esa hora tenía. Quizás alguna vez podría establecerse por esa zona pues le parecía que los lugareños eran gente buena y, al punto nomás, llegó el auto. Luego del saludo de rigor, el hombre le preguntó hacia dónde iba, si hacia el norte o hacia el sur”. El joven respondió: “Hacia el norte, voy hasta Rosario”. “Qué pena”, dijo el hombre, yo hoy voy varios kilómetros al sur” y llegaron a la ruta. El joven se bajó del auto y le dio la mano. El hombre le dijo: “He ido muchas veces a Rosario pero hoy no tomo esa dirección” y arrancó.
El caminante se hizo a la ruta. Miró la hora, casi las once. Salió de la ruta y se sentó a la sombra de unos árboles. El calor seguía sofocante y el viento, caliente. Viento norte y fuerte. Se acomodó como pudo y comenzó a desayunar. El queso y el salamín eran buenísimos pero el pan era excelente como lo era en otros tiempos cuando lo fabricaban los gringos. Mientras comía, sacó de la bolsa una botella de agua para acompañar la comida. Miró el horizonte. Había nubarrones, lo que le hizo pensar que en breve se vendría la tormenta y siguió saboreando su desayuno. Cuando hubo terminado, juntó sus cosas y como no tenía intenciones de quedarse allí a descansar, cargó en su hombro la bolsa y echó a caminar. Cuando había marchado una hora, miró hacia atrás y vio que prontito nomás se largaría. El viento norte que le impedía avanzar cesó y comenzó a soplar un viento fuerte del sur, frío que lo empujaba hacia delante mientras gotas gruesas caían sin que la lluvia fuera intensa.
Caminó más de una hora. Las gotas seguían pero el viento se había detenido. Vio una casa con un galpón y pensó en pedir comida para almorzar. Con un poco de suerte, el casero lo invitaría a guarecerse en el galpón para pasar la tormenta. Marchó hacia la casa y pidió comida. El dueño le indicó que esperase un momento. Al rato, reapareció con una fuente de plástico llena de tallarines y le dijo que a medio kilómetro de allí, a la vera de la ruta, había una casa abandonada. Allí podría refugiarse. El caminante susurró su agradecimiento y partió.
Las gotas gruesas seguían cayendo pero hubo una sorpresa, un puente que pasaba sobre el Arroyo Pavón. Miró hacia abajo y vio que el arroyo cubría sólo la mitad del espacio que cubría el puente. En la otra mitad había solamente tierra seca y se tiró terraplén abajo y como si alguien hubiera detenido la lluvia hasta ese instante, en el mismo, la soltó y cuando el caminante llegó a la tierra seca, la lluvia comenzó a caer con intensidad. Sacó de la bolsa la comida y comprobó que ya se había enfriado e ir por leña para calentarla sería imposible porque estaba mojado. De manera que se sentó a comerla fría nomás. Cuando hubo terminado, hizo una placentera sobremesa. Luego, tendió su frazadita y se acostó. Con una mitad de la manta hizo el colchón y con la otra mitad se cubrió porque ya no hacía calor y, al punto nomás, se durmió.
Cuando despertó, notó el alivio en las piernas. La lluvia se había detenido. Se levantó y observó que del otro lado del arroyo había dos hombres pescando. Sus ropas eran muy vistosas. Observó también que había leña fina y seca. Juntó un poco, lo necesario para calentar el agua y hacerse un tecito de menta. Luego reunió sus pertenencias porque su estadía allí había terminado.
El Tiempo. La pasión. Esa nimiedad del cielo yendo hacia el ocaso. Personas que le cantan al amor y a la desdicha, pero sin dejar de ser dichosas por el canto. El tiempo y la poesía. El tiempo en la poesía. Como construcción de la palabra. Como excusa. Como nuestra sangre en cinco líneas. Al entrar, todo se paraliza. Un instante que enmaraña los saludos y los nombres apenas esbozados. Después, empiezan a crearse los puentes, los ríos a fluir en la palabra, en las manos nerviosas y pacíficas del verbo y todo es un universo jamás imaginado. Los corazones se exaltan, se enciende el fuego sagrado de la palabra. Por un momento somos ángeles. Al minuto, el mármol de las nubes se confunde con las vetas quejumbrosas de algún verso. Pasa el tiempo y no pasa. El microcosmos se expande hacia lo etéreo. De pronto, todo ha terminado. Los miembros del taller de escritura del Área Cultural "Macedonio Fernández" de la Colonia Psiquiátrica de Oliveros deben emprender el retorno. Poco a poco, vuelve la realidad inmediata y cotidiana. Atrás queda otra, subyacente: la de la magia.
El mar estaba azul. Las olas arrastraban hasta la orilla las almejas y los caracoles con toda su espuma. Los delfines estaban felices, se reunían siempre a bailar y saltar en la orilla. Eran amigos de las sirenas.
Las sirenas tenían una fiesta. Habían sido invitadas por el rey del mar. Todas estaban contentas embelleciéndose para ese evento. Una de ellas, la más bella, tenía veinte conchas de mar en la cola. Se arreglaba con algas de mar el cabello, se puso una coronilla de caracoles y almejas. Luego, se maquilló con coralinas. Buscó piedras preciosas y se adornó con ellas. Era feliz con sus amigas, las demás sirenas que estaban reunidas hacía mucho tiempo en ese lugar. Sabía, sin embargo, que el rey del mar tenía un hijo muy joven y bello.
Conversaba con sus compañeras sobre el modo de evitar el ataque de los tiburones durante el camino a la fiesta, ya que como todos sabemos, las sirenas son el plato predilecto de los tiburones.
Salieron nadando las quince sirenas. Todas estaban muy hermosas. Nadaban rápidamente pero no pudieron evitar ser vistas por los tiburones. Estaban hambrientos con sus filosos dientes.
Perla, la más bella, comenzó a cantar dulcemente con su voz delicada.
En ese preciso instante, aparecieron los delfines; saltaban y emitían silbidos para salvar a Perla y a sus compañeras.
Los tiburones se retiraron. Los delfines y las sirenas iban graciosamente nadando al reino del mar.
El Rey del Océano salió a su encuentro.
Él tenía el cabello y la barba blancos; y en su cabeza llevaba una corona de oro con incrustaciones de rubíes. Se veía delgado y con cuerpo de pez. El mar estaba frío y lleno de diversos peces.
El rey se sentó en su trono de oro puro con adorno de rubíes, amatistas, rodocrocitas, esmeraldas, turquesas y perlas. Las invitó a sentarse en sillas de oro cubiertas de conchas. Les preguntó sus nombres; primero se dirigió a Perla.
Ella comenzó a cantar dulcemente. Su voz era melodiosa.
El príncipe se hizo presente y cuando la escuchó cantar y la vio, se enamoró perdidamente de ella. La invitó a conversar. Hablaron sobre la vida del reino. Debido a la dulzura, belleza y melodiosa voz de la sirenita, la coronaron Princesa del Mar.
Así, se quedó a vivir en el reino como esposa del príncipe.
Todas sus amigas estaban felices. La saludaban y la abrazaban cariñosamente.
Desde entonces, por las eternidades, viven todos en el fondo del mar.
explotamos o explotamos cosas para terminar ciclos. de ahí que sean tan populares los fuegos de artificio, las bombas, los monólogos interminables e inherentemente inconclusos en donde las palabras se unen rápido para que sea un contínuo uniforme de fonemas fortis.
***
Que
Qué casualidad que las flores
estén hermosas en primavera
o que un chico con problemas
se siente al costado de las vías del tren
y esté nublado
y sean las seis de la tarde
y el tren justo pase.
Qué casualidad mirar por la ventana
que da a la calle tan congestionada
y escuchar insultos, bocinazos
o tratar de hacer varias cosas a la vez
y que una se caiga al piso
y se rompa en muchos pedazos.
Pienso en algo que no sea casualidad
y me imagino un perro
que viene caminando
y empieza a correr fuerte
con la lengua afuera,
cansado de antemano.
Como sea, hay días
que no puedo maravillarme
y por lo contrario,
me burlo de los sucesos naturales.
Qué bueno salir a la puerta
a las 5 de la mañana
llorando con espasmo
y que pase un auto
lleno de gente
y alguien de adentro
me tire una piedra
y yo enojada
me levante del cordón
para justo ver un perro
que se cansa de antemano.
***
Elevador
puedo pasarme unas cuatro o cinco horas subiendo y bajando en el ascensor por el sólo hecho de perder la noción del tiempo y del espacio. ese sería mi aeropuerto. se corre un sólo riesgo especialmente los días de verano el servicio de luz se pone muy malo te la cortan a cada rato, capaz estoy justo entre en 8 y el 7 y se hace el corte y quedo flotando muy ansiosa entre turbulencias y husos horarios. lo bueno, a lo mejor, es el rescate: alguien con mucha fuerza que abre la puerta semi hermética varias personas afuera mirando yo estirando los brazos para que me sujeten y salir de ahí pensando que lo peor ya pasó. la ingenuidad de la travesía en los no lugares el rescate y la vuelta al tiempo y al espacio la medalla victoriosa del rescatador que se traduce en un aplauso si es alguien común y corriente si es alguien especializado sólo se le dice gracias. la cara de miedo de quien es rescatado la gente amotinada y apenas ven tu cara, sonrisa y alivio aunque no te hayan hablado nunca ni del clima, en tanto años. eso pasa en los departamentos en verano.
***
Un poema para mi abuelo
A mi abuelo le gusta creer que no crecemos las nietas y todavía nos dice "cómo andan las nenas?" Hoy me desperté y en la escuela de al lado cantaban el twist del mono liso yo re contenta porque es uno de mis temas preferidos. Me pone feliz la infancia en general, y mi abuelo también aunque sea pesimista. Me muestra fotos blanco y negro de mucha gente sentada y dice ves este: fulanito, muerto ves este: menganito: muerto ves este: zutanito: muerto. Se asusta cuando en la foto menciona a todos y vivos queda él y un par de mejores amigos. Todas las semanas suma las edades de la gente que se murió en el pueblo al total lo divide por la cantidad de muertos. Se pone contento cuando muere alguien joven porque baja el promedio (es que se quiere morir desde que tiene sesenta y pico). La gente no se lo banca a veces a mi abuelo porque habla mucho de la muerte y asusta a las amigas de mi abuela que son tan buenas y tan solidarias. Les habla de enfermedades mortales recita a bécquer de memoria. Así de gótico es mi abuelo.